Escribir, qué bonito.
El gusto, la fascinación, el deseo, el impulso o el qué se yo que te lleva a plasmar en una hoja de papel lo que piensas es a veces fortuito y si no lo pescas en el momento que atraviesa tu mente, se va para siempre.
Ese gusto por las palabras que puede, para algunos, ser equiparable al deseo que nace en la ínsula y en el núcleo estriado del cerebro, es tan delicioso que no puedes parar, que no puedes detenerte, que sencillamente te hace espetar una y otra vez lo que se configura en la obscuridad de tu mente. Para luego hacer una minuciosa revisión de tus párrafos y corregir aquellos pincelazos que fueron exagerados y acotarlos, darles la forma correcta con las reglas de la lengua (o al menos intentarlo).
Soy incapaz de escribir sin, a veces, burlarme o aplicar un humor negro muy escondido entre los milímetros que separan a una letra de la otra. Soy incapaz de ver las cosas con el respectivo morbo político para tratar de entenderlas con mayor profundidad a la descrita en la simple imagen que dibujan los hechos.
Esta incapacidad, este deseo de la ínsula y del núcleo estriado, esa dopamina que libera la masa gris, ese gusto por plasmar mis ideas y reflexiones facciosas para algunos, tuvo quien lo alentara. Mi padre, Héctor, sin darme indicación textual alguna, echó a andar a este sujeto desde hace ya casi 16 años para adentrarse en las letras. Mis primeras publicaciones fueron abrazadas por portales como el naciente Ciudad y Poder de Luis Gabriel, Dialogo Queretano, inclusive el ya desaparecido Top que arrojaban casa por casa. Asimismo también recibí el apoyo del amigo finado Juan Aranda, en Red Informativa 7. En un par de ocasiones Juan Álvaro Zaragoza -QEPD- también acogió mis palabras. Y por supuesto a La Cruda Verdad, del fraterno Alejandro Olvera, quien siempre me dio la libertad de expresar y materializar lo que pensaba, para él todo mi agradecimiento y amistad. Para ellos todas las gracias del mundo.
Considero que, por el momento, he acabado. La Espada de Santiago suspenderá sus irregulares y atemporales publicaciones. Por supuesto que a mis tres décadas y media de vida nada está culminado. Volveremos a esta incapacidad en un momento en el que considere que valga la pena. Quizás me arroje a patear alguna solitaria botella callejera de vez en vez. Volveremos, quizás, con otro nombre. Gracias totales a quienes se daban el tiempo de chutarse estas locas reflexiones, a quienes compartían y a quienes comentaban.
Esto nada más es un breve hasta pronto.
DIEGO ABRAHAM PARRA GARCÍA
@LaEspadaDeSanti