Si algo ha distinguido a todos los partidos políticos de otros cuerpos públicos, es que todos tienen a su patito feo. En su momento el PAN arrojó a Alejandro Ochoa Valencia, de quien no hace falta mencionar muchos detalles. En Morena tuvieron (tienen) a su Ángel Balderas, y el PRI tiene a su Héctor González Flores, más conocido como “le plátano”. Hasta ahora se desconocen los motivos de semejante apodito, pero seguro no es por nutritivo.
Sale a colación el nombre de este personaje por su reciente aparición en alguna fotografía. Todo esto en el marco de un mensaje pretencioso que molestó a la líder tricolor. González Flores se vendió como un interlocutor con el PRI. ¿Y en calidad de qué? Se preguntarán. Nadie atina a poder responder de modo contundente eso. Solo aciertan al gandallismo que le caracteriza.
Mala hierba nunca muere, dice el refrán. Y no se equivoca. Este sujeto tiene de dos: o encontró las monedas de oro de la suerte de un duende, o bien, tiene una lengua muy larga y rasposa. Sería buen vendedor de mostrador.
En el sexenio de Pepe Calzada lo terminaron corriendo por la inminente orden de aprehensión en su contra, y todo por andar de fraudulento. La cortina de humo para que el asunto pasara desapercibido en el círculo rojo fue una pelea con el entonces alcalde marquesino, Rubén Galicia hijo, por el asunto de la logística de un evento. Ajá.
Con las aguas más calmadas resurgió como el ave fénix en la CEA, siendo administrador. A parte de echarse sus taquitos callejeros, también se daba sus baños de pueblo con todo y el uniforme de la paraestatal. Hacía proselitismo para una eventual candidatura que, a la postre, nunca se le dio. En aquél entonces condicionaba la entrega del vital líquido a ciertas comunidades, cuestión que el Órgano Interno de Control pudo sustentar, pero que gracias a la intervención de “Jabib Güejebe” el tema solo quedó en una llamadita de atención.
Luego vino el 2015 y se compró una chaqueta de cuero, dejando el PRI para luego apoyar al exgobernador, Francisco Domínguez. Vendió humo y lo vendió
caro, para resultar que al final los tamales sí eran de chivo.
Vaya odisea de traiciones y de juegos sucios. Ya ni hablar de los negocios turbios que se maneja a través de los rellenos sanitarios. Tarde que temprano la guadaña le alcanzará.
Hoy, fiel a su estilo, se muestra cordial, agachón y abrazado de quien en realidad habla pestes. Hipocresía que le llaman, pero para eso él es un maestro.
¡CUIDADO!