A unas horas del inicio de campañas federales los demonios empiezan a soltarse. La incongruencia, corrupción e inseguridad se convierten en la marca de la casa obradorista. La patraña transformadora es sinónimo de ineficacia e ineptitud.
Un pronóstico a mediano plazo es que, lo que aspiró a convertirse en un régimen largo y autoritario, terminará siendo un periodo transitorio que, por su rápida descomposición, será relativamente corto.
La pugna por el poder legislativo federal “razona” desde los extremos teniendo como principal bandera la obtención de una mayoría calificada intolerante que dé paso al llamado “plan C” que, en esencia, busca centralizar en la presidencia de la República presupuestos, debilitar instituciones, fomentar la opacidad y solapar ocurrencias.
La progresividad de derechos se echará a la congeladora junto con lo avanzado en servicios de salud, educación y democracia. Eso es lo que realmente está en juego en la próxima elección.
Las gorras, despensas y promesas de mantener programas sociales son únicamente parafernalia. La candidatura que se centre en dadivas corresponde a una persona ladina, que miente y, porque puede, lo seguirá haciendo. Es una candidatura chafa llena de falacias y cinismo.
El régimen de partidos está muy desgastado, pero a fin de cuentas es lo que hay y es con lo que tenemos que jugar.
Quizá si dejamos de votar desde la perspectiva de partidos y nos enfocamos en los candidatos y sus compromisos es posible que nos vaya mejor.
Más allá de las opciones partidistas es necesario verificar las candidaturas. Las agendas que presentan y a lo que se comprometen.
Seguramente estoy pecando de ingenuidad.