El ajolote es un anfibio que se caracteriza por su capacidad para regenerar las extremidades y la cola. Es decir, si un ajolote pierde una extremidad o la cola al cabo de pocas semanas la extremidad perdida se regenera sin dejar huella. La única forma de verdaderamente eliminar al ajolote es golpeando y destruyendo su cabeza, su cerebro, o bien llevándolo a un medio seco -sin humedad-.
Desgraciadamente algo similar ocurre en el combate al crimen organizado. Cuando un cartel pierde a un “jefe de plaza” o a alguno de sus mandos medios ya sea porque fue abatido por grupos criminales rivales o detenido o eliminado por las fuerzas del Estado, este delincuente es rápidamente sustituido. En ocasiones dicha sustitución implica un enfrentamiento entre los mandos medios que aspiran a ser los sustitutos, en otras ocasiones la sustitución es tersa, sin violencia. Pero siempre surge un sustituto y eso lo hemos podido observar en un sin número de veces.
Ahora bien, para la neutralización del grupo criminal y hasta de un cartel, al igual que con el ajolote, es necesario golpearlo en la cabeza hasta neutralizarlo o bien llevarlo a un “medio ambiente seco”, es decir, confiscando su dinero.
Lamentablemente el esquema de complicidades entre gobernantes y criminales ha venido impidiendo que el Estado enfrente a los verdaderos lideres. De manera inaceptable los “golpes financieros” al dinero de procedencia ilícita son escasos e insuficientes, el lavado de dinero es una práctica ya cotidiana y las detenciones de los autores intelectuales de los múltiples delitos atribuidos al crimen organizado son prácticamente inexistentes.
En otras palabras, observamos cuando detienen a los autores materiales de algunos delitos -y que son sustituibles- pero nunca vemos la detención de los autores intelectuales. De ahí que podamos definir como “efecto ajolote” a la capacidad del crimen organizado para regenerarse una y otra vez.



