No cabe duda de que la propaganda del gobierno de Morena vive en un universo paralelo donde la física, las matemáticas y el sentido común son opcionales.
Decir que caben 600 mil personas en el Zócalo es como decir que el ego del peje cabe en una farmacia del bienestar. Pero bueno, en este gobierno la imaginación dejó de ser un recurso creativo para convertirse en “cifra oficial”, así que cualquier exageración cabe perfectamente en la Plaza de la Constitución. Total, la realidad siempre se puede retocar después para que combine con la narrativa del extraño enemigo y los “otros datos” o retrate bien para las cámaras.
Pero lo verdaderamente interesante no es el numerito inflado, sino el costo del show. Transportar a unas 100 mil personas desde distintos estados en autobuses de turismo, alimentarlas y en muchos casos hospedarlas, no baja de mil pesos por cabeza.
Haciendo cuentas, así sea en una servilleta, el monto mínimo ronda los 100 millones de pesos y seguramente fue mucho más. Aunque es una ganga si lo que buscas es presumir músculo político cuando no puedes presumir resultados.
Y mientras tanto, México arde. La crisis de seguridad tiene al país en estado de alerta permanente. El asesinato del alcalde de Uruapan, Carlos Manzo, ejecutado frente a su familia después de pedir apoyo federal una y otra vez, es solo un ejemplo más del fracaso en el combate al crimen.
El campo vive su peor momento en décadas, los agricultores ya no tienen ni para resistir y el Gobierno Federal prefiere fomentar monopolios que los ahorcan.
Los transportistas viajan con miedo real de salir a carretera porque los asaltan y los matan, y la respuesta federal consiste básicamente en esperar a que no hagan mucho ruido.
Y luego están los jóvenes, la famosa Generación Z, que carga con un presente incierto y un futuro que el gobierno parece decidido a dinamitar. Sin garantías de educación, empleo, salud o seguridad, cuando protestan por su propio porvenir los reciben con muros metálicos, gases lacrimógenos y hasta grupos de choque. Son bienvenidos siempre y cuando no piensen ni exijan nada.
Por eso el mensaje detrás del “gran festejo” de los siete años de Morena es tan claro que casi resulta insultante.
Nada de lo que afecta a millones de mexicanos parece importarles. Para ellos, ninguna protesta es legítima, ninguna demanda tiene valor y ninguna voz merece ser escuchada si no es para aplaudirles.
La concentración en el Zócalo, con voluntarios mezclados con acarreados advertidos de perder apoyos si no iban, es la postal perfecta del oficialismo actual: mucha escenografía y poca sustancia.
Estamos viendo la versión más cínica del viejo PRI, con todos sus defectos y sin ninguna de sus ventajas. Un Leviatán torpe que se alimenta de la narrativa oficial mientras el país acumula presión como una olla exprés olvidada en la estufa. Y conforme avance el sexenio de Claudia Sheinbaum, esa presión no disminuirá. La realidad terminará rompiendo las fantasías que hoy repiten sus propagandistas.
Las elecciones de 2027 serán un punto de quiebre. Morena llegará desgastado, pero con un INE cooptado, un Poder Judicial arrodillado y un crimen organizado con más injerencia.
Existe el riesgo de que los resultados que expresen ese desgaste no sean respetados. Si además se suman intervenciones de gobernadores, recursos públicos movidos a discreción y fallos oportunos desde tribunales, podríamos quedarnos sin vías institucionales para procesar el enojo social. Y ahí ya no habrá marcha atrás.
Ojalá aún existan algunas cabezas serenas dentro de Morena que entiendan que este camino lleva directo al conflicto social.
El partido está dividido, muchos saben que no alcanzarán posiciones y algunos quizá empiecen a notar que no hay futuro en un país fracturado.
Sería bueno que reaccionaran.
Porque el verdadero problema no es cómo y quiénes desbordan el Zócalo. Lo que se está desbordando, peligrosamente, es la paz social en México.



