Seamos honestos, ¿quién diablos lee las columnas de opinión política? “Tristemente” solo el denominado “círculo rojo”, o sea, los que están en el “ajo” (que dicho sea de paso existe un grupo en Twitter que lleva ese nombre y, justamente, solo lo conforman perfiles que tienen tónica política).
Si su nombre aparece en alguna columna de ese tipo es por muy breves razones: alguien lo pidió, o bien, usted es una persona de suma relevancia para la vida pública de la entidad. Se acabó.
A decir verdad -al menos lo que logro apreciar- es que estas herramientas de prensa escrita han perdido la esencia analítica que les venía caracterizando, a saber, el contenido reflexivo se ha desvanecido y ha sido sustituido por un contenido que se distingue por hacer la tarea de medio de comunicación entre el mencionado círculo rojo.
Si un actor del ámbito quiere enviar un mensaje a otro alguien emplea la columna política para cumplir dos objetivos: el primero que consiste en lo obvio, es decir, efectivamente transmitir una idea y, por otra parte, asestar uno que otro piquete de costillas (o para adular). La fórmula, como se podrá apreciar, no es muy complicada.
O peor aún, la columna política se convierte en un tendedero público de “trascendidos” (por no llamarles de otro coloquial modo). Crear una idea colectiva en torno a cierta situación o cierto actor. Y normalmente esa idea ficticia tiende a la intención del desprestigio de quien se habla.
¿Quiere usted saber quién es el remitente? Ahí es lo complicado, sobre todo cuando se trata de columnas anónimas, esas que por alguna razón los diarios (de cualquier nivel) se han esforzado en volver una tradición. Quizás el motivo de la penumbra se deba, en buena medida, a la todavía desaseada forma de hacer política, que muchas veces cobra la forma de la venganza
Pero cabe la pregunta para tratar de resolver medianamente la incógnita: ¿a quién beneficia? Cuestionamiento fundamental. Hay otros elementos a considerar como el medio en el que aparece la columna, el evento sobre el que trata, las personas que se mencionan, la línea que usualmente se abordan en esos párrafos, entre otras cosas. No obstante el esfuerzo reflexivo debe girar en torno al planteamiento del beneficiario inmediato (o beneficiarios).
El columnista se torna entonces en una especie de diplomático ciego, o bien, en un alfil (o peón) del gran tablero político sobre el que se juega. No es más que “algo” útil.
¿Se triunfa o se pierde con esta dinámica? Depende. El argentino Daniel Prieto apuntala en su texto ‘Retórica y manipulación masiva’ que «se triunfa si el público adhiere, hace suyo el sentido que el orador quería que hiciera», es decir, se tiene éxito si el círculo rojo compra la idea que la sombra pretende.
Pensará usted en estos momentos si estos párrafos que están por concluir tienen algún destinatario. Es posible, sin embargo lo que pretendo, como también lo expone Prieto Castillo, es poner de relieve «la necesidad de apuntar a una decodificación no automática, sino crítica, no inmediata sino mediata» de esos mensajes transmitidos a través de columnas políticas en Querétaro, sobre todo de aquellas que se acurrucan en el “prestigio” de décadas de algunos diarios aún impresos y que se ocultan tras la silueta de un sol prehispánico.
¿Ya dio?